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Cristina puso el dedo en la llaga, la Salud, ¿sacará la pus?


Para poder vencer a la pandemia hay que aprender de Cuba.



SERGIO ORTIZ

20 de junio de 2021


La pandemia ha provocado enormes daños y dolores a nuestra gente; a la fecha hay 4.3 millones de contagios y casi 90.000 muertos. Hasta un defensor ardiente del gobierno, como Horacio Verbitsky, admitió en El Cohete a la luna que entre los augurios negativos para el Frente de Todos está “el altísimo cupo de muertos por Covid-19, que pronto llegará al tremendo número de 100.000”.


El periodista enumera ese factor dentro de su consideración, discutible, de que “toda la política ha entrado en modo electoral”. Sería lamentable porque lo justo es poner como prioritarias la cuestión sanitaria y la crisis económica, que el gobierno no aprecia en toda su dimensión. En esto el director de El Cohete tiene una mejor percepción que el oficialismo, pues admitió “el cierre de empresas, la elevada desocupación y la caída salarial debida a la inflación, que no compensan los aumentos pactados hasta ahora en paritarias”.


Los popes de la Unión Industrial “Argentina” (UIA) y la Asamblea Empresaria “Argentina” (AEA), dominadas por el monopolio Techint, exageran aquellas dificultades y sobre todo enfatizan un supuesto mal desempeño gubernamental.


Esos graves problemas económicos existen, en parte derivados de la etapa macrista-neoliberal y fondomonetarista, luego agravados por la pandemia y en buena medida por la conducta de esos clanes empresarios. Por caso, provocando aumento de los precios y una alta inflación, del 21,5 por ciento en los primeros cinco meses del año, y la suba imparable de los alimentos, incluyendo la carne.


Último en esas responsabilidades por los males económicos, pero debe puntualizarse, el plan económico del gobierno de los Fernández no ha resuelto temas urgentes como la recuperación de un 26 por ciento del salario y jubilaciones, ni un control de precios que conjure la inflación. Ni hablemos de cosas más estratégicas como un cambio del modelo agroexportador y financiero, ni poner los cimientos de un desarrollo industrial-agrario-tecnológico independiente.


El ministro Matías Kulfas se encaró con la plana mayor de la UIA, destacando aspectos que la entidad niega. Martín Guzmán, defendió la orientación de su cartera ante los líderes proimperialistas de la CICYP, presidida por Daniel Funes de Rioja, igual que la “nueva” UIA. En esas polémicas entre dichas empresas multinacionales y oligárquicas, y los representantes de un gobierno votado por la mayoría del pueblo, las verdades relativas más importantes están del lado ministerial y no empresarial.


Eso, con dos aclaraciones. Una, que no todos los cargos que formula la UIA son mentirosos. Con mucha demagogia esgrimen las dificultades de las pequeñas y medianas empresas, que son reales. No hay una reactivación industrial generalizada como sostienen Kulfas, el Gato Sylvestre y el sector ultra kirchnerista. La otra: ese bando UIA-AEA es pésimo, como está acreditado por la historia y el presente, y no se entienden los pactos que el gobierno intenta abrochar con ellos, dentro y fuera del Consejo Económico y Social. De a poco, voces del kirchnerismo alertan contra esta insistencia presidencial de chocar una, dos y muchas veces con la misma piedra, siendo que ésta es parte del operativo monopólico por los dólares y de la derecha por los votos (y los dólares también).


DEDO EN LA LLAGA

La vicepresidenta CFK no metió goles desde la mitad de la cancha, mientras se disputa una deslucida y cuestionada Copa América en Brasil contagiado de Bolsonazi. Pero sí metió dos dedos en sendas llagas, abriendo un interesante debate.


Uno: validó aumentos salariales del 40 por ciento del personal legislativo y también en otros órdenes del Estado donde hay dirigentes de su sector del Frente de Todos y La Cámpora. Falta mejorar a los trabajadores del Estado y docentes, partiendo de la provincia de Buenos Aires, donde Roberto Baradel (Suteba) sigue haciendo la plancha.


Ese aumento del 40 va en línea con la inflación esperada para este año, que puede ser incluso del 48 por ciento. Si bien no alcanza para recuperar todo lo perdido con Macri y en 2020, es una suba más digna y real, antes que el raquítico 29 por ciento que negociaron los burócratas en la pauta presupuestaria para 2021.


El otro dedo Cristina lo metió desde el Hospital de Niños Sor María Ludovica, de La Plata, al plantear una reestructuración del sistema de Salud. Lo dijo como reflexión sobre la experiencia contra el coronavirus, pero son problemas que vienen de mucho antes. Ella abrió un paraguas de que pueden enfrentarse otras epidemias; en el Reino Unido dan por hecho que habrá una tercera ola, tras variantes como la Delta.


Desde el Instituto Patria ya hubo proyectos de reestructuración del sistema de Salud, pero la novedad de ese mensaje platense encendió esperanzas y odios. Era lógico porque existe eso que se llama “lucha de clases” activa y cambiante, y no una grieta relativamente estática.


La esperanza prendió en el alma de quienes han perdido sus seres queridos en esta pandemia y quieren que la Salud mejore para que otras familias no lloren como ellos. Que los hospitales públicos tengan a su personal bien pago y con buenas condiciones, sin precarización ni el estrés laboral de estos tiempos. Y con las privadas ganando lo justo, controladas por el Estado para que ellas no sean el factor determinante ni capten ganancias extraordinarias. El control también debe ser firme con las obras sociales; entre las 290 actuales debe haber muchas y buenas, pero otras son propiedad de burócratas sindicales, su fuente de poder y negocios, con una fachada “social”.


El odio vino de la escuadra neoliberal del Río de la Plata: las dos divisiones del PRO-Juntos por el Cambio (la de Mauricio Macri y la de Horacio Rodríguez Larreta), el grupo Clarín y las corporaciones empresarias, con las prepagas de la Unión Argentina de Salud (UAS) presidida por Claudio Belocopitt de Swiss Medical. Este último, con un patrimonio de 400 millones de dólares, en un ataque de paranoia dijo que iría con una cautelar ante la justicia para impedir las estatizaciones de las prepagas. Se ve que entre esos empresarios hay muchos que no se cambian el pañal y tienen la cola sucia…


NO ES UNA MASSITA…

El senador Oscar Parrilli fue picante al contragolpear: los asustados por este debate estarían ocultando algunos negocios non sanctos. Exacto. Por eso el gobierno debe concretar lo esbozado en el discurso platense y pasar a la acción. Se metió el dedo en la llaga, ahora a revolverlo. Los tres componentes del sistema ya existen: sector público, privado y obras sociales. Hay que revisar cómo funcionan cada uno y cambiar la forma de integración. El Estado tiene que controlar sus performances, presupuestos, salarios, gastos e inversiones.


Según Belocopitt, el 70 por ciento de la salud lo brindan sus asociados, como si el sector privado fuera el fundamental. El cronista tiene la impresión que no fue así antes ni durante la pandemia, donde el aporte fundamental fue del Estado y los hospitales públicos, y no sólo por los 20 millones de vacunas, partidas, internaciones, camas UTI, etc.


Un gran ahorro podría venir de cortar los negocios entre burócratas sindicales y patrones de la UAS, con las derivaciones, sobreprecios, servicios facturados y no prestados, etc. Muchos dineros de la gente, los afiliados y el Estado “se van por la canaleta del juego” de esas privadas de dudoso prestigio, para parafrasear a un senador mendocino que ya no chicanea en el prime time. Obvio, hay muchas clínicas privadas y obras sociales con directivos, médicos, dueños o socios que son buenos profesionales, sensibles y honestos.


La pandemia destapó el negocio de las farmacéuticas con medicamentos cuyos precios han aumentado más de 300 por ciento en el año y los de cuidados intensivos hasta 1.300 por ciento. Una reforma a fondo de Salud requiere aprender de la medicina cubana socialista en que lo primordial es lo preventivo. Y también de la fabricación de remedios y vacunas propias.


Hoy se lidia con los grandes empresarios que toman a la salud como un negocio y apropiación de plusvalía, y no como un servicio humano. Y otro tanto con los grandes laboratorios. Entre éstos están los “malos-malos”, como Pfizer, que fuera del PRO-Juntos por el Cambio no tiene muchos defensores. También están los “malos-buenos”, como Bagó. Desde el gobierno le hicieron mucha propaganda porque es el controlante de Sinergium y socio de Sinopharm para fabricar acá la vacuna china, pero ocultaron que Bagó es parte de la Unión Industrial y AEA. ¿Para cuándo laboratorios del Estado, en base a los Institutos de Hemoderivados de las Universidades Nacionales asociados al Conicet, ANMAT y otras dependencias estatales?


En rigor los defensores de Pfizer no son solamente macristas. Los massistas también lo son y buscan elevar las relaciones políticas y económicas entre Argentina y EE UU. El presidente de la Cámara de Diputados volvió de Yanquilandia, donde se reunió con funcionarios del Departamento de Estado, el Capitolio, el Congreso Judío Mundial, los banqueros rockefellerianos del Council of America y empresarios. En el caso de Massa es exacto el dicho general de Verbitsky, de que “toda la política ha entrado en modo electoral”. A diferencia de su ex aliado Macri, que fue a Miami a vacunarse, Massa va a Washington y Nueva York, y vuelve acá “a vacunarte”. No son lo mismo, Del Caño, pero bastante parecidos.


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