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"Es la inflación, estúpido"

Los monopolios preparados para una “guerra contra la inflación” meramente declarativa.



SERGIO ORTIZ

22 de marzo de 2022.


NO ES GUERRA, SON CARICIAS

Muy feliz por haber logrado en el Senado el 17 de marzo la aprobación del vergonzoso acuerdo con el FMI, por 56 votos contra 13 y 3 abstenciones, el presidente Alberto Fernández anunció que el viernes 18 empezaba “la guerra contra la inflación”.


Un mediocre político con tono de mariscal de campo le dio a los remarcadores una semana más de changüí para aumentar precios y pertrecharse más de lo que ya están, por si el gobierno adoptaba alguna medida efectiva de control.


Falsa alarma. Un ultrarreaccionario como Ricardo López Murphy, al saber del anuncio “bélico”, fue mordaz: “¿a qué hora empieza la guerra?”. Es que quienes toman decisiones militares lo primero que cuidan es el secreto. Vladimir Putin, por caso, no anunció su “operación militar especial” sino cuando ya estaba en marcha, el 24 de febrero pasado. Los neonazis de Ucrania lo sospechaban, pero el presidente ruso no iba a confirmarles oficialmente el movimiento de sus tropas.


El profesor de Derecho Penal, que algo debe saber de ese Código, es poco entendedor de la política. Y de las confrontaciones más ásperas, menos que menos.


Ese viernes la expectativa quedó defraudada porque su mensaje grabado no contuvo anuncios concretos, que se derivaron a reuniones que a partir del lunes 21 comenzarían a sostener sus ministros del área económica con popes empresarios. Los representantes gremiales, o que dicen serlo, fueron puestos últimos en la cola, porque su opinión tiene menos peso que una pluma (perdón Mao por traerte a colación en una discusión poco histórica en relación a tu expresión original).


El ministro de Desarrollo Productivo Matías Kulfas, tuvo sus primeros encuentros con Daniel Funes de Rioja, titular de la UIA y de la cámara de alimentos (Copal). Y a partir de ese lunes se entrevistó con media docena de grandes empresarios del sector alimentación, dejando afuera a los de tamaño mediano, burguesía nacional y supermercados chinos. El tamaño sí importa…


Por ahora la amenaza que sobrevolaba, de aumentar en serio las retenciones a las exportaciones del campo, beneficiado por el aumento de precios en dólares de la previa a la incursión ucraniana de Putin y acentuado luego de la misma, quedó casi en la nada. Los gruñidos de la “Patria Agroexportadora” hicieron temblar al impostor mariscal de campo, que se hizo encima igual que sus ministros Kulfas y Julián Domínguez. El solo recuerdo del conflicto de 2008 por las retenciones a la soja los hizo practicar el deporte que mejor saben: recular en chancletas como en Vicentín.


Sólo quedó en pie algo de mínima: las retenciones a dos derivados de la soja (harina y aceite) volverán al 33 por ciento de retención, del 31 que estaban desde que este mismo gobierno las rebajara dos puntos en busca de un amor imposible con los agrogarcas.


Además de ser ultra limitados, esos dos puntos de aumento son funcionales a esos monopolios, pues servirán a casi las mismas empresas.


SON LOS MONOPOLIOS

Un ejemplo concreto es Molinos, propiedad del monopolio Pérez Companc desde 1999. Exporta esos dos derivados de la soja y le van a subir dos puntos las retenciones. Pero Molinos también copa la molienda de trigo y será una de las grandes empresas que recibirán esos dos puntos del Fondo de Estabilización del Precio del Trigo. Supuestamente eso garantizaría que el precio de 3.8 millones de toneladas del cereal no aumenten por un tiempo, finito (las otras 14 millones de toneladas de la cosecha, las podrán exportar los nueve pulpos agroexportadores encabezados por Cargill, ADM, COFCO y AGD, y quedarse con el grueso de esos dólares). Después la rueda del molino de la remarcación volverá a andar y los más de 300 pesos que costaba el kilo de pan en febrero pasado serán una utopía.


El economista Horacio Rovelli aclaraba esta historia del encarecimiento de la harina, el pan, pastas, etc. “Sin embargo, los grandes molinos harineros (donde Molinos Río de la Plata tiene el 56% del mercado) no le venden la bolsa de harina a los panaderos en todo el país, sino se les paga una suma mucho mayor que lo estipulado en el acuerdo con la Secretaría de Comercio Interior. Antes de comenzar la guerra de Ucrania y Rusia, la bolsa de 25 kilos de harina en la Argentina tenía un precio de $1.300. En la semana del 14 al 18 de marzo 2022, a ningún panadero de la Ciudad o en el gran Buenos Aires le bajan del camión la bolsa de harina para pan a menos de $2.200. En Córdoba el precio rondaba los $3.000” (El Cohete a la luna, 20/3).


Parece muy simplista pero es así: a Molinos le suben dos puntos de retenciones en harina y aceite de soja, y lo subsidian con esos dos puntos para estabilizar el alto precio de la harina de trigo. ¿Dónde está la supuesta guerra?


La guerra real, que se libra en Ucrania, quiere ser utilizada por los economistas del establishment, las cámaras empresarias y el propio gobierno para justificar el aumento de precios de alimentos. Es mentira, con cuotas de verdad. La alta inflación ya venía de antes en Argentina, porque el 2021 terminó con un registro del 50,9 por ciento. La inflación de febrero clavó un 4,7 por ciento y Putin no tiene nada que ver, puesto que su misión militar se inició el 24 de febrero. Esa marca es bien argenta, mejor dicho de los monopolios ya citados. El caso bélico impactará desde marzo en adelante y los misiles rusos y del neonazi Volodimir Zelensky (de ambos) van a tener su impacto en los precios, pero también las movidas del Departamento del Tesoro norteamericano con la suba de tasas de interés dispuestas antes que los neonazis del Azov empezaran a recibir su merecido castigo.


Claro que de los tiros rusos en Mariupol se habla hasta por los codos y de los cohetes disparados por Janet Yellen desde Washington al mundo no se dice nada…


“CON 16.000 PESOS NO COMEMOS”

Eso decía un cartel de una de las miles de protestas de desocupados y de sus merenderos. En un país que precia de producir alimentos para 400 millones de personas, es muy doloroso constatar que no se alimenta correctamente la mitad de los argentinos, que nadan en la pobreza (42 por ciento según las estadísticas algo demoradas del INDEC del massista Marco Lavagna).


Los funcionarios del gobierno nacional, en particular los del bando de Alberto Fernández, que ya anunció su intención reeleccionista para 2023, pero también los del sector cristinista, deberían entender que el mejor programa electoral sería garantizar que todos y todas puedan tener las cuatro comidas diarias (no sé si tiene el copyright pero a la primera que la escuché mencionar este objetivo fue a Alessandra Minnicelli).


La pelea interna está fuertemente instalada a nivel de gobierno, por múltiples diferencias entre el presidente y la vice. No hacía falta la aclaración a nivel chisme de la vocera presidencial para confirmar esa falta de sintonía de quienes ni se atienden el celular.


Los motivos de la discordia son bien políticos. El presidente y buena parte del “Frente de Algunos” defienden a muerte el acuerdo con el FMI como la mejor decisión, en sintonía con sus flamantes aliados de la derecha de Juntos por el Cambio y la dirigencia empresarial más concentrada.


La vicepresidenta, en cambio, no habló por boca propia sino mediante el documento de La Cámpora explicando el voto negativo de su decena de diputados. Y el similar de 13 senadores que también le bajaron el pulgar al proyecto del Fondo, del “Frente de Algunos” y la alianza macrista-radical.


Cristina empezó cuestionando a los “funcionarios que no funcionan”, siguió -tras la derrota en las PASO - objetando el ajuste vía no cumplimiento de todo el déficit fiscal previsto para 2021, y hoy vaticina a los suyos que así se pavimenta el camino a la derrota del año que viene.


En este sentido no son iguales Alberto y Cristina, más allá de las graves responsabilidades de ambos en los padecimientos de la población, azotada por una inflación que este año sería cercana al 60 por ciento. Si alguien tenía alguna duda la podrá disipar reflexionando sobre los aumentos de tarifas y de las importaciones de gas, las tasas de interés “positivas” y la apreciación del dólar mes a mes, con devaluaciones, etc. Todo ello fue pactado con el Fondo y será de revisión trimestral.


La vicepresidenta está más cercana a la realidad u olfatea mejor el peligro político y personal que la acechan. Sabe que el profesor de Derecho Penal y Martín Guzmán volverán a la cátedra, pero ella tendrá que penar con sus causas judiciales y las que golpean a su hija Florencia. ¿Otra vez a Cuba? ¿Nuevamente citada a ocho indagatorias el mismo día en Inodoro Py? De ahí su reluctancia a rendirse en aquellos términos ante los delegados de Kristalina Georgieva.


De todos modos, si CFK tiene entre sus asesores a economistas afines a Wall Street como Martín Redrado y a empresarios como Miguel Gallucio, CEO de Vista Oil, cometería el mismo error que su denostado presidente. Ni uno ni otra entienden que el enemigo de la gente y la democracia son los monopolios. No sólo Clarín, que escribe libelos (eso ella lo sabe, el otro no porque fue su vocero por años), sino también Techint, Molinos, Arcor, la Bolsa de Cereales, CIARA, AGD, ADM, La Serenísima, Mercado Libre, Galicia, Coto, Carrefour, Santander, BBVA, HSBC, Cargill, Acindar, Holcim, Ledesma, Marfrig y otros pesos pesados.


Son los mismos que con Martínez de Hoz y Videla dieron el golpe de Estado en 1976 y cometieron terrorismo de Estado. Este 24 de marzo se cumplen 46 años del genocidio. ¿El peronismo todavía no aprendió quiénes son los enemigos del pueblo? ¿O los conoce pero no se atreve a tomar una medida concreta contra éstos? La ceguera política es nefasta y la cobardía y traición son peores. El drama es que después las crisis la pagan con hambre y sangre los de abajo. En 2001, luego de ser responsable de 39 asesinatos, De la Rúa se tomó el helicóptero y se fue a su quinta, impune hasta su partida, cuando, aburrido, le llegó el momento de ver crecer los rabanitos desde abajo.


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