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Italia giró más a la derecha y ganó el neofascismo vestido de mujer

LA SEMANA POLÍTICA

INESTABILIDAD POLÍTICA Y ECONÓMICA EN EUROPA



SERGIO ORTIZ

13 de octubre de 2022


ITALIA Y EUROPA MUY INESTABLES

La gran burguesía europea (y también en Argentina) le echa la culpa de sus problemas económicos a Vladimir Putin y su operación militar especial en Ucrania. Es una forma de exculparse de sus propios dramas que venían de mucho antes y tenían como causas principales a factores internos. Eso no quita, por supuesto que la guerra en Ucrania, impulsada ante todo por la OTAN y el régimen ucronazi de Volodimir Zelenski, agravó las dificultades económicas en Roma y demás capitales europeas.


Ya que mencionamos la cuestión de Ucrania, hay que decir que las mencionadas crisis internas se agudizaron porque la mayoría de los 27 gobiernos de la Unión Europea gastaron más de la cuenta en aprovisionar de armas y fondos a Kiev. Dedicaron miles de millones de euros en apoyar al régimen ucronazi en vez de mejorar la condición de vida de sus propios pueblos, que los necesitaban. Estos vivían disconformes, tal como revelaron varias elecciones durante 2022, la última el 25 de septiembre en la península itálica.


Mario Draghi, el renunciante jefe de gobierno italiano, era uno de los más fanáticos en girar esa ayuda a Kiev como parte de la OTAN. Estaba alineado con Washington en un grado superlativo, onda Boris Johnson. Así le fue al británico y así le fue al economista italiano y ex titular del Banco Central Europeo: en julio pasado había tenido que presentar su renuncia ante el presidente Sergio Mattarella luego de la división y crisis de su gabinete.


En ese momento la coalición gobernante estaba integrada por el Partido Democrático, de centro, de Enrico Leta, y el Partido 5 Estrellas, con un sesgo algo más de centroizquierda, de Giuseppe Conte. También en forma oportunista se habían sumado La Liga, de ultraderecha, orientado por el ex ministro del Interior entre 2018 y 2019, Matteo Salvini, y Forza Italia del eterno conservador Silvio Berlusconi.


Cuando ese gobierno se prendió fuego, en julio pasado, por divisiones entre el PD y el P5E, se convocaron a elecciones anticipadas, con un desprestigio generalizado para la mayoría de quienes habían estado en funciones de gobierno en la última década. Y eso fulminaba a casi todos los dirigentes y candidatos. Inteligentemente, no había sido parte de la última coalición Giorgia Meloni, líder del partido Hermanos de Italia, ubicada en el extremo bien corrido a la derecha, filo nazi o neonazi. Lamentablemente ella fue la ganadora del comicio.


GIORGIA NEOFASCISTA

Meloni apareció como no contaminada con esa política desprestigiada, pero desde joven militó en el fascista Movimiento Social Italiano, fundado en 1946 por Giorgio Almirante y los continuadores del Duce. Ella fue desde 2006 hasta hoy diputada nacional y vicepresidenta de dicha cámara con varios sellos de derecha. Se desempeñó como ministra de Juventud entre 2008 y 2011 en el gobierno del magnate Berlusconi. Haber sido ministra de ese primer ministro empresarial no es precisamente una muestra de honradez, teniendo en cuenta que éste debió finalizar su gobierno y luego dejar su banca de senador en 2013 tras ser condenado a 4 años de prisión por fraude fiscal cometido por su monopolio mediático Mediaset.


Todos los colectivos de ultraderecha y derecha la dejaron bien a Giorgia. Desde su militancia en la rama juvenil del fascista MSI, luego renombrado como Alianza Nacional, de Gianfranco Fini y después en sus desempeños ministeriales berlusconianos. Desde 2013 participó de comicios con su propia organización, Hermanos de Italia, fundada un año antes, que se mantuvo afuera de la última coalición gobernante que entró en crisis en julio pasado, a diferencia de sus socios Salvini y Berlusconi que sí la integraron y se desprestigiaron más por eso.


De allí que en las elecciones del 25 de septiembre, donde se elegían 400 diputados y 200 senadores, el partido de Meloni fue el más votado, con el 26,5 por ciento de los votos. Fue un notorio avance, teniendo en cuenta que en 2018 apenas había juntado el 4 por ciento. Ahora subió. Sus aliados sacaron 8,78 (Salvini) y 8,12 (Berlusconi). Sumados los tres se convirtieron en la fuerza dominante legislativa, frente al PD con 19 por ciento, y su aliado Tercer Polo, desprendimiento del P5E, con 7. Por fuera de éstos, el P5E tuvo el 15, recuperando parte de su capital electoral luego de haber negado su voto de confianza a Draghi y provocar las elecciones anticipadas.


Aquellos números indican que no debe subestimarse la fuerza de la derecha triunfante, pues atesoró el 44 por ciento y tendrá mayoría en las dos cámaras. Presumiblemente en diez días más podría proponer a Meloni como nueva jefa de gobierno, en principio por 5 años, para que el presidente Mattarella la designe como tal. En la práctica, ya se sabe, los gobiernos italianos no duran ese tiempo sino que son como spaghettis que se cocinan en menos de diez minutos. Van 48 gobiernos desde 1946.


La próxima primer ministra tampoco debe ser sobreestimada en su poderío, ni político ni electoral. Ella sacó ese 26,5 por ciento en una votación donde sufragó sólo el 64 por ciento del padrón, diez puntos menos que en la elección de 2018. Ese bajo nivel de participación indica que en general la democracia burguesa, por crisis económicas y corrupción, no está en auge en la consideración pública, ni mucho menos.


Está en baja, por eso ganó una figura de derecha que se maquilla como si fuera lo nuevo y no lo es, pues lo suyo hunde raíces en el fascismo derrotado en 1945. Ni Meloni ni sus aliados Salvini y Berlusconi pueden cantar el Bella Ciao. Son fachos, no partizanos.


¿POSFASCISTAS O NEOFASCISTAS?

Esta pregunta apunta a la caracterización política de la futura capa del gobierno tano. Los medios monopólicos más afines al imperialismo, la caracterizan como “conservadora” o de centro-derecha para no ofenderla. Y su preocupación mayor es que podría promover acciones “antieuropeas”, por ejemplo propiciar cambios en la Constitución italiana para que sus normas dejen de estar por debajo de las propias de la Unión Europea.


Los gobiernos de la UE, en particular Alemania y Francia, esperan que Meloni no llegue a ningún punto de ruptura con la entidad, pendiente como está del desembolso en cuotas de un fondo europeo por 200.000 millones de euros que había tramitado su antecesor Draghi. Billetera mata galán y galana.


Los medios más democráticos y progresistas en general denominan a la vencedora del 25/9 como “posfascista”. Esa definición es mejor, pero adolece de un defecto. Desliza que Meloni fue fascista y que ahora es algo pos, posterior, como una deriva del fascismo que podría contener elementos nuevos o diferentes. Y no es exactamente así. La fundadora de Hermanos de Italia es neofascista: no es la reencarnación de Benito Mussolini pero sí su continuidad histórica y actual, básica, en las condiciones del siglo XXI.


Sus lemas centrales, repetidas en la campaña, tienen ese signo fascista de “Dios, Patria y Familia”, etc. Quiere terminar con la ayuda social o “renta de ciudadanía” para los más pobres. Desea que las medidas de empleo y viviendas sean sólo para italianos, dejando afuera a inmigrantes. Su política fiscal es favorable a la riqueza y rechaza un impuesto sobre el patrimonio. Como el resto de los fascistas que se alegraron con su victoria (tuvo calurosas felicitaciones del ucraniano Zelenski y Viktor Orban, de Hungría), Meloni condena al islamismo y la inmigración: propone el cierre de los puertos para que los barcos de las ONG no puedan desembarcar inmigrantes (lo hizo en 2018 y 2019 su aliado Salvini como ministro del Interior).


Todo eso plantea Meloni en el marco de un apoyo militante al fortalecimiento de la OTAN, simpatizando más con su anterior dueño, Donald Trump, que con el actual Joe Biden. Seguramente apuesta a que aquél vuelva al mando dentro de dos años.


No le falta nada en materia de derechismo, pues está contra el aborto, los derechos de las mujeres y diversidades. Lo suyo es un neofascismo vestido de mujer. Ojalá el viento de la lucha de clases le vuele el vestido y se la lleve puesta junto a su colega británica de similares ideas atlantistas y neoliberales, Liz Truss.


En octubre de 1922 una marcha muy numerosa de los fascistas organizada por Mussolini arribaba a Roma. La llegada de Meloni al Palacio Chigi, cien años después, es un remedo algo burdo de esa Marcha. Lo suyo es simbólico, pero decadente; no tiene la fuerza política y militancia fascista de entonces.


Además, vale recordarlo, el nazifascismo fue derrotado en la Segunda Guerra en gran medida por los soviéticos y los partizanos, y también, en grado menor, por los aliados. Por eso estos fachos de hoy se siguen atemorizando cuando oyen cantar el Bella Ciao, así sea en La Casa de Papel, pues les recuerda que fueron vencidos y que nunca vencerán por demasiado tiempo.


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