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Malvinas: lamentablemente no hay una estrategia de recuperación de las islas

Son argentinas.



SERGIO ORTIZ

2 de abril de 2022


UNIDAD Y POLÉMICAS

En el campo popular hay una amplísima unidad en torno a los derechos argentinos sobre las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur. Desde la escuela primaria sabemos que eran parte del virreinato del Río de la Plata y que los primeros gobiernos patrios tomaron decisiones para que formaran parte efectiva de la “nueva y gloriosa nación”. Por caso la gobernación de Buenos Aires designando autoridades en las Malvinas en 1826, situación que alteraron los piratas ingleses el 4 de enero de 1833 con la agresión naval y la ocupación militar.


Ya en ese momento se evidenciaron dos posiciones. El gobernador interino José María Pinedo, de cuyo árbol ideo-geneológico desciende el macrista del mismo apellido, se tomó el buque hacia Buenos Aires, a buen resguardo. En cambio los trabajadores rurales como el gaucho Antonio Rivero, organizaron huelgas y ajustaron cuentas con sus patrones y ocupantes very british. Pinedo hizo plata en alrededores de Plaza de Mayo. El mítico gaucho murió peleando contra ingleses y franceses en la Vuelta de Obligado, noviembre de 1845.


La abrumadora mayoría de los argentinos tiene una posición malvinera. Hay una minoría proimperialista que le da lo mismo: Patricia Bullrich Luro Pueyrredón dijo que podríamos habérselas dado a los laboratorios norteamericanos como Pfizer si la pedían como reaseguro de las vacunas. Son cuestiones de fondo y también de forma, como cuando algunas instituciones en nuestro país organizan debates sobre Malvinas-Falklands, adoptando la terminología del invasor.


Existen diferencias muy profundas en torno a la guerra de 1982, de la que hoy se cumplen cuatro décadas. Esa recuperación la llevó adelante una dictadura militar-cívica, con el dictador Leopoldo F. Galtieri como presidente y comandante en jefe del Ejército. Ese régimen había masacrado a 30.000 desaparecidos. Por eso tuvieron y tienen mucho respaldo las teorías de que esa guerra fue incluso parte del genocidio en la Argentina continental. La descalifican de “loca aventura de un general borracho” y enfatizan que se llevó a la muerte a centenares de jóvenes de origen humilde. Esa versión la reiteró hoy el presidente Alberto Fernández en el acto en el Museo Malvinas de la ex ESMA, dejando a salvo el honor de los soldados y veteranos de guerra.


Aquella versión de la contienda encaja perfectamente con la que desde 1982 manejó Margaret Thatcher y su aliado Ronald Reagan: habían reaccionado tras una invasión argentina. Eran dos angelitos agredidos por un lobo feroz. Falso.


La postura antiimperialista está en las antípodas. Desde que empezó la ocupación británica hasta el 2 de abril de 1982 habían trascurrido 149 años. Un siglo y medio. Y Londres no daba ninguna señal concreta de sentarse a discutir la cuestión de la soberanía, como había votado la ONU en resolución 2065 de 1965. Ni administraciones conservadoras ni laboristas dieron muestras de cumplir con aquella demanda argentina, avalada internacionalmente.


El falaz argumento colonialista-imperialista era atender a la “voluntad de los isleños” o kelpers, que la resolución de la ONU dejaba de lado puesto que pedía negociar a las dos partes, Argentina y Reino Unido. La verdadera razón de la negativa inglesa era y es el alto valor de las Malvinas desde el punto de vista geopolítico, en el Atlántico Sur, cerca de la comunicación con el Pacífico y de cara a la Antártida. A eso hay que sumar sus riquezas petroleras confirmadas a inicios de febrero de 1976 por la misión del buque británico de investigación oceanográfica RRS “Shackleton”. Y las enormes riquezas derivadas de la pesca en Malvinas y sus alrededores.


¿RECUPERACIÓN O INVASIÓN?

El desembarco del 2 de abril fue una recuperación de la “hermanita perdida” a la que le cantó don Atahualpa Yupanqui, secuestrada durante 149 años por la piratería devenida en potencia imperialista número uno hasta la Segunda Guerra, cuando dejó lo más alto del podio para Washington.


La justa recuperación no quita la condición fascista de la Junta Militar que decidió el Operativo Rosario ni niega que el mismo fue adelantado para consolidar una dictadura que se estaba resquebrajando por factores nacionales e internacionales.


En un conflicto político y militar entre un país del Tercer Mundo y una potencia imperial no se puede dudar de qué lado estar, aún cuando el gobernante del primero sea de lo peor, como Galtieri, Anaya y Lami Dozo.


Thatcher, Reagan, la OTAN, el Pentágono y la flota inglesa que hundió al ARA General Belgrano y ahogó a 323 marinos argentinos fuera de la zona de exclusión, eran muchísimo peores.


Por eso la gran mayoría de los países latinoamericanos, salvo la dictadura pinochetista, se alineó del lado argentino y le brindó apoyo. En ese frente malvinero estuvo Cuba socialista y su líder Fidel Castro que en 1982, plena guerra, recibió al canciller Costa Méndez y le dio aval cubano y del Movimiento de Países No Alineados.


Ya va siendo hora de tener una justa valoración de la recuperación argentina, sin salvar en lo más mínimo el rol de la dictadura y sus altos mandos, muchos de los cuales se rindieron sin tirar un tiro ni pasar un día de hambre y frío, como el designado gobernador en las islas, general Mario B. Menéndez.


¡Cómo habrán sido de cobardes muchos de esos altos oficiales y jefes, que el informe Ratenbach, luego de analizar todo el conflicto y sus conductas, por ejemplo acusa a Galtieri en base a los artículos 747 y 831 del Código de Justicia Militar. El 747 dice: “Si a consecuencia de la falta de auxilio, en tiempo de guerra, se hubiere perdido o hubiere sido derrotada la fuerza que lo solicitó, se aplicará pena de muerte o reclusión por tiempo indeterminado”.


Pero no todos fueron cagones como Menéndez o Alfredo Astiz, que se rindió en las Georgias. Hubo tropas que lucharon valientemente, aviadores que se jugaron la vida por hundir barcos ingleses, oficiales del Regimiento de Infantería de Marina que no arrugaron y soldados como Oscar Poltronieri que se ganaron la “Cruz al heroico valor en combate”, por su desempeño en el Monte Dos Hermanas.


Una cosa es cierta: la dictadura no tuvo planes y previsiones adecuados. Otra cosa es falsa: “mandó al matadero a casi niños”. Los testimonios británicos dieron cuenta que no les fue fácil ganar esa guerra. Tuvieron en frente una fuerza que luchó mucho. Además de eso están los números de las bajas inglesas y las de su mano de obra barata (chinos de Hong Kong y los gurkas).


Según la estadística oficial británica, ellos tuvieron sólo 255 muertos y 777 heridos. Pero son cifras mentirosas y sus autoridades decretaron que toda esa información será secreta durante 90 años, hasta el año 2072. El anexo del libro “Informe Ratenbach”, de H. Garetto Editor, asegura que las bajas británicas fueron 1029 (estimado), con un total de buques dañados o perdidos de 31 y un total de aeronaves perdidas de 45. El almirante Woodward, comandante de la flota real, en su diario personal anotaba el 13 de junio de 1982, penúltimo día de la contienda: “estamos ya en el límite de nuestras posibilidades, con sólo tres naves sin mayores defectos operativos: “Hermes”, “Yarmouth” y “Exeter”; todo esto se está cayendo a pedazos” (pag. 304).


Argentina tuvo 649 bajas, la mitad de las cuales se produjeron en el hundimiento del ARA General Belgrano tras los misiles del submarino nuclear Conqueror.


Fue una guerra que los propios jefes ingleses admiten que pudieron haber perdido. No fue una batalla entre un ejército profesional y unos pobres chicos indefensos, sin instrucción ni armas ni cualidades de combate.


¿CÓMO EVITAR OTROS 40 AÑOS DE COLONIAJE?

En los 40 años transcurridos desde la rendición incondicional ante el general Jeremy Moore, los ingleses han consolidado su ocupación no ya sobre los 12.173 kilómetros cuadrados de las dos grandes islas (Soledad y Gran Malvina) sino sobre zonas marítimas adyacentes que alcanzan 1.639.900 km2 según el Dr. César Augusto Lerena. Han comenzado la exploración y explotación petrolera, y aumentado las ganancias de la pesca. Por eso su Producto Bruto per Cápita es de más de 70.800 dólares anuales (sólo de 44.300 en el Reino Unido) para los 3.198 ex kelpers, convertidos luego de la contienda en ciudadanos británicos, al solo efecto de perjudicar a la Argentina con su rol de “tercera fuerza” en la disputa.


Y también han fortalecido su base en Mount Pleasant, de 1.250 efectivos militares, una base de la OTAN y no sólo inglesa; en estos tiempos de agresión de esta alianza en Ucrania eso adquiere mayor significación militar. En abril están haciendo, como todos los años, ejercicios militares, reforzando sus posiciones y probando misiles.


Desde aquella rendición de Menéndez en adelante, los sucesivos gobiernos democráticos fueron en línea de la desmalvinización. Carlos Menem, con su entonces canciller Domingo Cavallo, firmaron en 1989 y 1990 sendos Acuerdos de Madrid, normalizando las relaciones con el RU sin discutir la soberanía, que quedó “bajo un paraguas”. En realidad sepultada bajo leyes como las aprobadas en 1992, que garantizaron las inversiones inglesas y el giro de utilidades, en medio de privatizaciones donde British Petroleum y British Gas hacían de las suyas. El canciller Guido Di Tella y las “relaciones carnales” y los ositos Winnie Pug fueron una caricatura de la desmalvinización.


Esa línea de negocios sin importar la soberanía tuvo otro alto exponente en el gobierno de Mauricio Macri, Susana Malcorra y Jorge Faurie. Firmaron los acuerdos Foradori-Duncan y que prometieron otra tanda de grandes negocios bilaterales sin mencionar la piratería.


El gobierno del Frente de Todos rinde homenajes como el de hoy en la ex ESMA y de palabra se mantiene en la línea de reclamos de la soberanía. Sus políticas no van en esa dirección desde el punto de vista práctico y si no cambia pueden pasar otros 40 años sin que la bandera celeste y blanca ondee en Puerto Argentino.


Por ejemplo, se debería presionar a Londres con fuertes impuestos a sus empresas localizadas en Argentina e incluso con la nacionalización. Eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca. El banco HSBC, la petrolera anglo-holandesa Shell, la tabacalera British American Tobacco, Unilever, Cadbury y otras multinacionales de ese origen siguen muy tranquilas en esta plaza más amigable que la londinense. El gobierno de Fernández decidió abrir la prospección petrolera en alta mar: asoció a YPF con Shell y en otras áreas con la noruega Equinor, cuya titular es asesora de los usurpadores en Malvinas.


Los gobiernos argentinos desde 1982, incluido el actual, no se atrevieron a llevar la cuestión Malvinas a la Asamblea General de la ONU como sí lo hace Cuba con el bloqueo de Estados Unidos. Sería una forma de debatir el asunto de cara a los 193 países representados en vez de limitarlo al Subcomité Especial de Descolonización que trata los casos de 17 territorios coloniales.


El Congreso argentino está en deuda. Desde las leyes de 1992 derivadas de los acuerdos de Madrid han pasado 30 años y no ha sido capaz de votar su derogación y anulación. Las “relaciones carnales” siguen intactas por más que Menem y Di Tella hayan muerto.


Hablando de deudas, la llamada “Justicia” también tiene que rendir cuentas porque las denuncias penales de conscriptos que sufrieron torturas y delitos de lesa humanidad por parte de algunos oficiales que deshonraron sus uniformes, todavía hoy ven que esos genocidas están impunes. Recién en 2015 la justicia pudo acceder a informes secretos que contenían datos precisos sobre esos delitos. Y aún hoy las cámaras de casación penal mantienen fallos como el de 2009 considerando que esos delitos no eran de lesa humanidad y están prescriptos. Y la Corte Suprema no se ocupó por el famoso artículo 280, sin dar una explicación fundada del rechazo.


Por razones obvias en un conflicto como el de Malvinas, nuestro país no solamente necesita una política económica y una diplomacia antiimperialista, sino también de Fuerzas Armadas sanmartinianas. No se trata de estar armado hasta los dientes con misiles de última generación sino, sobre todo, de tener una doctrina y que la recuperación de Malvinas sea una hipótesis de conflicto.


La prueba de que carecemos de esa fuerza es que el jefe de Estado Mayor Conjunto de las FFAA sigue siendo el general Juan Martín Paleo. El mismo que entre abril y julio de 2019 comandó siete ejercicios del Operativo Puma, pergeñado por el Comando Sur de EE UU para invadir Venezuela bolivariana. Desde el 21 de febrero de 2020 fue ascendido a ese máximo cargo militar por el presidente Fernández, a sabiendas desde el 10 de diciembre del 2019 del Operativo proyanqui luego de acceder a la documentación el entonces ministro de Defensa Agustín Rossi.


Con generales como Galtieri y Menéndez no se iba a vencer en Malvinas. Con Paleo y otros por el estilo del Comando Sur, tampoco.


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