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Mucho bla bla bla pero el planeta se sigue recalentando

CONFERENCIA DE LAS PARTES 26 (COP26) EN GLASGOW



La culpa no es del clima sino del capitalismo e imperialismo.


SERGIO ORTIZ

4 de noviembre de 2021


PROMESAS INCUMPLIDAS

El número 26 de estas conferencias internacionales revela que han sido muchas y concurridas por el liderazgo político y de organizaciones, sin que hasta ahora se aprecien avances en materia climática.


Esta cita fue en Glasgow, Escocia. Los presidentes y primeros ministros hablaron en los primeros dos días y luego se fueron, pero el cónclave durará desde el 31 de octubre hasta el 12 de noviembre. Siguieron deliberando las representaciones de más de 190 países, funcionarios de la ONU y entidades ambientalistas.


El encuentro debió hacerse en 2020, al cumplirse cinco años de los Acuerdos de París, pero se postergó por la pandemia. Estaba planteada una revisión de la marcha de dichos acuerdos, saboteados en forma alevosa por Donald Trump, que en 2017 retiró a Estados Unidos del Acuerdo y también por socios suyos, como Jair Bolsonazi. La tardanza de un año era un plazo mayor para avanzar en el cumplimiento de los convenios parisinos. Sin embargo no fue así.


Dos elementos demuestran que, como bien expresó la activista sueca Greta Thunberg en una reunión previa de movimientos juveniles en Milán, los líderes mundiales son de mucho “bla, bla, bla”.


El mayor ejemplo es que no se cumple con la meta de que la temperatura mundial no aumente más de 1,5 grados respecto a la etapa preindustrial. Tal como van las cosas, en 2030-2050 puede aumentar 2 grados y el calentamiento global derretirá glaciares, habrá inundaciones y desaparecerán ciudades por la suba de los mares.


Al mismo tiempo, como otra cara de la moneda, habrá mayores sequías e incendios. Ese conjunto de alteraciones climáticas impactará en la vida animal, vegetal y la salud de las personas, comenzando como siempre por las clases más vulnerables a las pestes y enfermedades.


La otra prueba de que no se están haciendo los deberes es que los países más ricos no cumplieron con aportar 100.000 millones de dólares anuales para financiar los programas del medio ambiente. Fue un compromiso de los países más ricos en la COP15 en Copenhague, 2009. La mayoría de ese dinero sería en préstamos, no para donaciones. En la ciudad escocesa no se dijo exactamente cuánto incumplieron ni hubo una rendición de cuentas, pero aquella cantidad no se logró ni de lejos. Otra vez “bla bla bla”.


El anfitrión Boris Johnson hizo un discurso inaugural evocando las películas de James Bond, donde el personaje podía explotar con una bomba que desactivaba en el último minuto. El orador comparó que el mundo atraviesa una situación similar, de inminente explosión y se debe actuar rapidísimo, como el agente 007. Sin embargo, por la falta de acciones prácticas, los gobiernos de las principales potencias mundiales, pachorrientas, creen que tienen todo el tiempo del mundo.


EL PRÍNCIPE CARLOS, ¿ESPECIALISTA?

Johnson es un primer ministro reaccionario, pero se preparó para la cumbre porque en su mensaje no sólo tuvo el toque escocés de James Bond, sino otras referencias de lo que está en juego en esta circunstancia crítica. Advirtió que con 2 grados más de temperatura podrían desaparecer Barbados, Samoa, Antigua, Mozambique, Maldivas y Bangladesh. Y que podríamos sufrir cinco veces más sequías y seis veces más olas de calor. La gusanera de La Florida puede haberse preocupado porque si el calentamiento fuera de 4 grados más podrían desaparecer Miami y Alexandria.


El premier británico sigue siendo el reaccionario de siempre, emparentado políticamente con Trump, líder del partido conservador que sigue salpicado de corrupción. Lo último fue anular la sanción por corrupción de su parlamentario Owen Paterson. “Prestaba “servicio de asesoramiento e impulsaba ante el Gobierno y el Parlamento los negocios de dos empresas, los laboratorios Randox y Lynn’s Country Foods. Llegó a cobrar anualmente de ambas hasta 120.000 euros” (El País, 4/11). Renunció a su escaño para zafar de la condena.


Sin olvidar ni un instante quién es Johnson, sus advertencias sobre la catástrofe climática son valederas, siendo él uno más del grupo “bla bla bla”.


Otro orador de la COP 26 dio grima, aunque María Laura Avignolo lo presentó como un gran especialista. Textual: “El Príncipe Carlos, un histórico ecologista. Nadie podrá discutir las credenciales ecologistas del heredero británico. Su hábito de hablar con las plantas años atrás produjo risa. Ahora todos lo toman seriamente. Es una voz verdaderamente autorizada de qué hacer para salvar a la humanidad” (Clarín, 1/11).


Este “histórico ecologista” incurrió en un doble discurso. Por un lado admitió que mejorar el clima “requerirá billones, no miles de millones de dólares” y planteó una “vasta campaña de estilo militar para reunir la fuerza del sector financiero”. Pero por otro lado pidió que “los más ricos y filantrópicos se sumen para salvar al mundo”. Para eso se había reunido el día antes con el fundador de Amazon, Jeff Bezos. O sea que de una campaña de estilo militar para reunir la fuerza financiera, nada. Sólo amables reuniones para alentar la filantropía de los más ricos…


MANIOBRAS DE BIDEN

Joe Biden, acompañado de su representante del área, John Kerry, usó la tribuna de Glasgow para florearse, en el contraste con el bestial Trump. Desde el punto de vista discursivo, buscó sintonizar con la onda verde y capitalizar simpatías.


Prometió que en 2030 la emisión estadounidense de dióxido de carbono será 50 por ciento inferior a la del año 2005, reduciendo los gases de efecto invernadero “en más de una giga-tonelada para 2030”.


También anunció que reducirá los precios de la energía y aumentará el crédito para los vehículos eléctricos. Quiere que las automotrices sigan haciendo buenos negocios y votando a los demócratas.


Biden quiere que siga el modelo capitalista e imperialista, sólo que pintado de color verde. “Cuando les hablo del cambio climático, les hablo de trabajos. De infraestructura. De autos eléctricos. Los ingenieros diseñarán nuevos sistemas de capturas de carbono, los obreros lo construirán. Por tomar todas esas acciones, podremos alcanzar las metas ambiciosas”, dijo. Producción, negocios, plusvalía.


Habrá que ver qué parte cumple. En relación al objetivo de reducir a la mitad las emisiones de gases contaminantes, la empresa de investigación Rhodium Group pronosticó que serán de 25 por ciento, o sea la mitad de lo prometido.


Sin figurar en su mensaje, por todos los medios afines las críticas de EE UU apuntaron a China, y en menor medida a Rusia e India, cuyos presidentes no acudieron a Glasgow. Xi Jinping envió un video y carta con sus propuestas.


La acusación de siempre: que China contamina, etc, etc, etc. Aunque los chinos no necesitan que nadie los defienda, pues ellos lo hacen muy bien, el domingo 31/10 un editorial del diario inglés Morning Star, sostenía: “las emisiones de carbono per cápita de EE UU son más del doble que las de China, y lo más sorprendente es la velocidad del desarrollo de tecnologías de cero carbono en China, como paneles solares, trenes eléctricos de alta velocidad y coches eléctricos”. Añadía: “China también genera más energía solar y eólica que la Unión Europea”.


NEGOCIO DEL HIDRÓGENO VERDE

El gobierno argentino adjudicó una importancia exagerada a la cita en Escocia, al punto de embarcar una delegación de cien personas. Como ironizó Rudy-Paz en Página/12, Alberto Fernández consideró que esa reunión iba a significarle “un poco de oxígeno”.


El mandatario no tuvo reuniones políticas de importancia, por ejemplo la que hubiera deseado con Biden. Su mensaje en esa cumbre no tuvo casi público presente ni mayores repercusiones mediáticas. Puede rescatarse uno de los tópicos: llamó a “cumplir los compromisos y obligaciones asumidas por las economías desarrolladas y garantizar el acceso a los 100.000 millones de dólares destinados a impulsar la acción climática”.


También mencionó su compromiso ambiental, lo que es muy discutible visto el reforzamiento durante su gobierno del modelo agroextractivo de índole cuasi semicolonial. Y las iniciativas legales y económicas que promovió para fomentar actividades petroleras, gasíferas, mineras y agroexportadoras.


La gran noticia fue su anuncio de una inversión de 8.400 millones de dólares de la multinacional australiana Fortescue para producir “hidrógeno verde” en Río Negro. Como suele suceder, todo se infló. De aquella suma, 1.200 millones se irían invirtiendo entre 2022 y 2024; los restantes 7.200 millones, hasta 2028. Vistas las necesidades de trabajo en el país, eso es “largo plazo” y en ese estaremos muertos, diría John M. Keynes.


Hay muchos cuestionamientos políticos y científicos a esa “industria” del hidrógeno verde. Uno es la cantidad de agua utilizada para separar con electrólisis el hidrógeno del oxígeno. Otro las obras de energía hidroeléctrica, eólica y solar que requiere esa producción. Dos notas publicadas en la www.agenciatierraviva.com.ar exponen los riesgos para la ecología y la gente que plantean esos negocios. Una es de Joanna Cabello y la otra de Silvia Ribeiro, que vale la pena leer con mucha atención.


La parte políticamente deplorable del mensaje de Fernández fue la referida a pedir a los países más ricos “una agenda que permita crear mecanismos de pagos por servicios ecosistémicos y el canje de deuda por acción climática”. Por razones obvias de decoro no dio mayores ejemplos, pero se podría traducir así: “si yo produzco nitrógeno verde y lo vendo, le cobro al comprador pero vos también descontame de las deudas contigo”.


El ministro de Ambiente, Juan Cabandié, en la TV, fue más concreto: que las inversiones argentinas en medio ambiente sean descontadas de la deuda externa. Se nota demasiado que es la gran condena del país, pero esa receta es tan ridícula que Martín Guzmán no se atrevió a planteársela a Kristalina Georgieva. Sabe que lo mandará a cuidar osos polares en Groenlandia.


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