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Van a pagar al FMI, pero no está dicha la última palabra

Llega la hora de la verdad o la mentira.



SERGIO ORTIZ

23 de enero de 2022


Dedicatoria especial: Dedico esta Semana Política a Saúl Santesteban, fallecido hoy por COVID, quien hace años, cuando era el director del diario La Arena, decidió ponerle este título de “Semana política” a mis notas dominicales. Van 1.354 de esas columnas desde entonces, aunque desde 2021 ya no se publican en ese diario.



NO HAY QUE PAGAR

El almanaque, como la política, tiene sus plazos inexorables. Está llegando el día en que el gobierno tendrá que decidir en un tema crucial, como el pago de la deuda externa fraudulenta legada en común en 2008 por el FMI y el gobierno macrista.


Es que ya ingresamos hace 23 días en 2022, lapso durante el cual el país debería abonar 19.000 millones de dólares de esa deuda. La misma es tan reprochable como dudosa en cuanto a sus orígenes (en cuanto a sus fines, sólo sirvió para que algunas trasnacionales y monopolistas locales fugaran 86.200 millones de verdes, según informe del Banco Central en mayo de 2020).

El 28 de enero vencen 750 millones de dólares con el FMI y en febrero otros 380 millones. En marzo vencen 3.000 millones más, como duro anticipo de los 19.000 millones correspondientes a todo 2022.


La lógica indica que antes de marzo el gobierno de Alverso Fernández y Cristina Fernández de Kirchner debería tomar su decisión final, de pagar al Fondo o no hacerlo. Sería ridículo abonar estos tres vencimientos, sobre todo el de marzo, y luego de semejante descapitalización del Banco Central, recién ahí decir “no pago más”. Tendría 4.000 millones de dólares menos a la hora de planificar qué hacer, ya incurso en un supuesto default.


Hasta el momento el curso gubernamental es de abierta claudicación y pago de esa factura, con ciertos gestos propios de un pagador a disgusto. Pero pagador, al fin de cuentas.


Los hechos prueban que ese es el camino trillado del gobierno. La vicepresidenta, hábil en echar culpas a los demás, y con bastante razón a Mauricio Macri, escribió el 18 de enero pasado que en 2021 el gobierno actual pagó al FMI 5.160 millones de dólares, equivalentes al 1.1 por ciento del déficit fiscal. Y que, en cambio, destinó 420.000 millones de pesos a atender los gastos de la pandemia, el 0,9 por ciento del citado déficit.


El juego político de Cristina está a la vista: la pandemia macrista fue peor que la del COVID. Sin embargo, eso, con ser muy cierto, no puede ocultar algo que trata de invisibilizar: el gobierno que ella integra pagó una barbaridad de dinero al Fondo. El Frente de Todos confirmó así que es el pagador serial de las deudas tomadas del macrismo. ¿Es algo para enorgullecerse?


Aquellas comparaciones sobre las erogaciones en uno y otro problema no son algo del pasado. El FMI aprieta más para asegurarse el cobro. Y el COVID está lejos de aflojar, con 120.000 contagios diarios y cerca de 200 muertes, que se suman a las 119.000 ya habidas. Lo sanitario seguirá exigiendo inversiones y gastos, pero están los que quieren privilegiar a Kristalina Georgieva…


DEUDA IMPOSIBLE DE PAGAR

Por haber ido cumpliendo con todos los pagos al Fondo, quedaba clara la actitud pagadora de la dupla Fernández y sus apéndices Sergio Massa, Axel Kicillof y La Cámpora. Así alimentaron su triste fama de “pagadores seriales” de deudas propias y ajenas.


También hubo montañas de palabras, desde el presidente y la vice hasta los ministros, comenzando por Martín Guzmán, en el mismo sentido. No atendieron los múltiples reclamos, incluso de sectores internos del FDT, de realizar una auditoría de la deuda para discernir sus partes fraudulentas.


Nada de eso. La contrajo un gobierno democrático, dijeron de hecho, y nos toca desgraciadamente a nosotros pagarla. Esa claudicación tuvo en vista a Washington y la City porteña. En la primera, buscaron congraciarse con el sustituto del neonazi Donald Trump y con los poderes de Wall Street, cuyas inversiones son escasamente productivas pero muy bien valoradas por el “capitalismo productivo” del peronismo. Y en Buenos Aires, la actitud pagadora buscó granjearse el apoyo y al menos la neutralidad benévola del establishment empresarial para que una parte del mismo dejara los remos del macrismo y se pasara de kayak.


A unos y otros quiso y quiere convencerlos con un aspecto crucial del pago de la deuda externa: los Fernández dieron vía libre a todos los negocios que puedan generar divisas. Más agroexportaciones, de minerales, petróleo y gas, de autos, hidrógeno verde, etc. Lo que sea. Todo lo que se pueda vender para juntar dólares, bienvenido sea, sin importar si afianza monopolios, arruina el medio ambiente o encarece productos básicos de la mesa de los argentinos. Exportar, exportar y exportar, tal la consigna central de la etapa deudaexternista del peronismo.


El espejismo de pagar se asienta en un dato objetivo, aunque harto insuficiente. Guzmán agitó que en 2021 el saldo favorable de la balanza comercial fueron 15.000 millones de dólares. Cree que con ellos puede afrontar los compromisos con el Fondo. ¿Y el resto de las obligaciones del Estado, para adquirir importaciones, hacer inversiones, obras públicas y otros gastos? La sarasa no puede responder esos interrogantes básicos.

Aquel superávit comercial dejó en pie una certeza: si el país no se rinde ante el Fondo, tendría 15.000 millones de motivos para imaginar caminos de salida a esas emboscadas generadas por el macrismo y el fondomonetarismo. Economía en cambio sólo vé allí plata para pagar los más que dudosos compromisos.


Como parte de la franela con Yanquilandia, el canciller Santiago Cafiero fue dos días en obligada peregrinación a Washington, a visitar el santuario del Departamento de Estado. Pidió el apoyo del secretario Antony Blinken y otros funcionarios como Juan González, de cierta amistad con Massa.


Fuera de expresiones de cortesía y de diplomacia, no hubo más. La dependencia que se ocupa de lo que importaba a Cafiero es el Tesoro, de Yanet Yellen, y su asesor David Lipton, ex número 2 del Fondo que junto con la entonces número 1, Christine Lagarde, otorgó el crédito a Macri. Por eso no tiene deseo de contradecir al Fondo. Sería como pegarse ahora un tiro en el pié o peor aún, en las gónadas.


DOS ALTERNATIVAS

Mientras tanto el almanaque pierde hojas y el tiempo vuela hacia febrero y marzo, cuando se deberá develar esta historia.


Si es por los antecedentes inmediatos y mediatos que venimos citando, lo más probable es que el presidente Fernández, con o sin Cristina, termine firmando el acta de capitulación.


Eso no es seguro, porque a pesar del bagaje escasamente patriótico de este presidente y su gobierno, hay factores objetivos muy fuertes que son como piedras en su camino de rendición.


Por un lado, lo que impone el Fondo es un veneno muy fuerte que pondría al gobierno en trance de perder no ya una elección como en 2021 sino directamente tener que tomarse el helicóptero. Guzmán ya hizo ese año un ajuste del gasto público muy fuerte (que lo hizo perder esos comicios) y pretende que el déficit fiscal en 2022 sea del 2,9 por ciento. Pero el staff del Fondo le exige un punto menos, 1,9, lo que implicaría menos salarios, jubilaciones y obras públicas.


También le exige una devaluación y un dólar más alto, más cercano al blue, lo que tendría impacto inflacionario, en detrimento de condiciones de vida de los argentinos (sobre todo para los millones de jubilados, cuyos magros haberes no se actualizan por inflación).


Los delegados de Georgieva quieren que el Estado emita menos pesos y aumente las tasas de interés, lo que mermaría el limitado crecimiento económico de 2022 (en 2021 aumentó el 10 por ciento pero este año crecería la mitad, con mucha suerte y viento a favor).


Finalmente la receta cuasi mortuoria de la entidad financiera es que los dólares que el país junte no recargue de retenciones a los poderes económicos dominantes y vayan en su mayor parte al pago del crédito de 2018. El Banco Central sería menos que un tránsito rápido para esas divisas, de cero utilidad nacional y menos para apostar a un proyecto de país agro-industrial-tecnológico e independiente. Seguiríamos siendo la semicolonia que Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) ejemplificó como posesión británica en su clásico “El imperialismo etapa superior del capitalismo” (1916). Tal cual, sólo que habría que actualizar con la soja y la bandera de las barras y estrellas.


Aún si Argentina firmara un compromiso de pago a diez años, comenzando en 2024, claro que sumando intereses y sobrecargas, el cronograma sería imposible de cumplir. Entre 2024 y 2033, a lo largo de diez años, habría que desembolsar 15.000 millones de dólares cada año, entre las obligaciones con el Fondo, los bonistas privados como BlackRock, Club de París, etc. El actual gobierno y los tres siguientes estarían obligados a intentar lo imposible.


Ni Mandrake el mago podría pagar. Imposible. Aún bajando salarios y jubilaciones, achicando el Estado en sus gastos y despidiendo a centenares de miles de empleados, privatizando lo que se salvó de los ‘ 90 o fue recuperado (parcial YPF, Jubilaciones, Aerolíneas, Aysa, trenes, Astilleros, Arsat).


Encima los Fernández tienen un serio problema político: la derecha de Juntos por el Cambio, que contrajo la deuda, no quiere dar la cara ni bendecir el acuerdo ruinoso. Eso pondría a los firmantes del FDT como exclusivos pagadores de millones de dólares y responsables de millones de votos que se piantarían rumbo a otros partidos existentes o por crearse (en tiempos de crisis suelen aparecer los movimientos populares y antiimperialistas, fracturándose los partidos responsables de los dramas económicos y políticos).


Esta suma de adversidades a la decisión tomada de pagar hace que Alverso y Cristina duden de dar ese paso. No se animan ya. Intuyen que puede ser a pura pérdida. Y peor aún, que puede ser al pedo, porque pagarían un enorme costo político hoy y no tienen cómo afrontar los próximos pagos.


Si ellos no pagan, puede haber default y explosión del riesgo país del JP Morgan. Un problema cierto pero menor, porque si ellos pagan, puede haber explosión social en Buenos Aires y el resto del país. No es la teoría de los dos demonios. Como siempre, hay un solo demonio. Los otros son problemas que pueden tener soluciones nacionales, populares, latinoamericanas y tercermundistas.


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